(Mientras lees, escucha Shine you Crazy Diamond de Pink Floyd. pincha aquí)
Abrir los ojos de nuevo me ha costado más de lo esperado. Ha pasado tiempo desde el vórtice, la tempestad que sacudió los cimientos del Sueño.
Sí, al final no fui capaz de contenerlo. El vórtice generó un torbellino de emociones humanas que cortaron como guadañas los hilos de las ensoñaciones. Y yo, aun con el yelmo y mi arena, tuve que usar hasta la última molécula de energía que me quedaba. Se podría decir que no sobreviví, si estuviéramos hablando en esos términos. Era incontenible. Los sueños más poderosos que había creado tenían un propósito y éste, al ser engullido, arrastró a los demás en cadena. En ese instante pude huir, alejarme de la destrucción, crear una salida que me mantuviese a salvo y vivir en ella dejando todo atrás. Quizá podría haberlo hecho de no ser yo, de no ser mi mundo, pero ya sabía a lo que me enfrentaba cuando decidí luchar. Huir significaba dejar atrás todo, olvidar, y yo no podía… No quería. Necesitaba recordarlo todo. Porque era mi mundo, y era real. Llegado ese momento entendí que, para detener la destrucción, tenía que poner toda mi fuerza de voluntad en ello. Me quité el yelmo, arrojé la arena y destruí el rubí para liberar mi poder. Abrí mis brazos al vórtice.
No sé cuanto duró. Apenas puedo recordarlo. Durante un tiempo me vi zarandeado por la tormenta. El vórtice desgranó mi esencia, mi yo. Mi mente casi llegó a desvincularse de mi ser físico, que caminaba sin meta a miles de kilómetros de allí. Actuaba silencioso y medio apagado mientras recorría caminos, emprendiendo acciones, sin encontrar reposo en ningún sitio. Mi encarnación antropomórfica, mis pensamientos, mi vida hasta ese momento, con mis sueños, sentimientos y anhelos, fueron mi fuerza. Cada momento bueno, cada alegría que podía recordar, cada noche estrellada junto al mar, cada paso trepando la montaña, eran aliento y energía contra el vórtice. Agarrado a ellos llegamos a una masa crítica y todo estalló. En ese instante perdí la consciencia, dejé de sentir y desaparecí.
Desperté lejos de allí, solo, sin saber quién era exactamente. Era distinto, pero estaba vivo. Tardé un tiempo en acostumbrarme a mi nuevo yo… asumiendo nuevas responsabilidades, aprendiendo de lo que me rodeaba y de mí mismo. De los triunfos y las derrotas, los famosos impostores de Kipling. Me sentía en paz y no había mácula de la ira o el miedo en mí. Mi fuerza se había renovado y, aunque era otro, logré no perder o maltratar mi memoria.
Ahora veo todo en perspectiva. Soy más fuerte y tengo un mundo que construir…
El Refugio del Soñador tiene más sentido que nunca, en todos los planos que van de la realidad a la vigilia. El símbolo de la vida eterna cuelga de mi cuello y me insta a superarme, a seguir caminando…
Somos gotas de lluvia en un gran lago. Cada acción que realizamos provoca ondas concéntricas que afectan a nuestro derredor.
Dormid y soñad.
Soñemos juntos…
y que cada despertar sea para nosotros una nueva oportunidad.